Cariátides, zapatistas y señoras
Cariátides, zapatistas y señoras
La mujer que hace política es desmembrada en el discurso y fetichizada. Solo se puede reír cuando ellos lo dicen
¿Qué pasaría si Anna Gabriel apareciera todos los días con un vestido de Zara y Arrimadas con una camiseta con el lema “Yo estoy a favor de la maternidad subrogada”?
La política institucional es patriarcal y desprecia por igual a la líder sexualizada como a la que pasa de la performatividad femenina objetualizada
¿Qué pasaría si Anna Gabriel apareciera todos los días con un vestido de Zara y Arrimadas con una camiseta con el lema “Yo estoy a favor de la maternidad subrogada”?
La política institucional es patriarcal y desprecia por igual a la líder sexualizada como a la que pasa de la performatividad femenina objetualizada
“¿Y
usted… qué país quiere?” era la pregunta en un meme que estuvo
circulando ayer y en el que se podía escoger entre dos opciones de país,
el de Anna Gabriel; y el de Inés Arrimadas. El meme machista mostraba
dos cuerpos de mujer que servían para plantear un falso dilema basado en
estereotipos sexistas y en indescrifrables delirios que van del juicio
moral al estético para imaginar una nación catalana posible. O sea, más
de lo mismo. Una raya más al tigre del acoso a las mujeres políticas que
llevan denunciando las feministas en Catalunya casi desde el inicio del
Procés y que tuvo su momento culminante cuando Gabriel, arropada por el
resto de militantes de la CUP, se acercó a un micrófono y dijo: “Soy
Anna Gabriel, puta, traidora, amargada y malfollada… por querer unos Pa
ïsos Catalans libres y feministas…”, apropiándose de los insultos para
convertirlos en materia empoderante. Y aún los medios machistas
perpetraron un nuevo giro, citando la frase de Gabriel sin contexto para
que quedara como una autodefinición sin más y sin olvidar la alusión a
la camiseta zapatista. Una vez hecha la DUI, se ha vuelto a cuestionar
en redes su sonrisa triunfal desde el balcón (“¿De qué se ríe, de que ha
destruido España?”), como cuando fue captada semanas antes sonriente al
lado de la policía que ya se preparaba para la represión del 1-O. Su
sonrisa es siempre el símbolo de algo, es sarcástica, es burlona, es
brujeril. Y es sospechosa, como la sonrisa que se le pilló a Colau en
las exequias por el atentado en Barcelona. Sonrisa, rictus o flequillo,
la mujer que hace política es desmembrada en el discurso y fetichizada.
Solo se puede reír cuando ellos lo dicen.
Al otro extremo, la imagen de Arrimadas sigue siendo para los medios y
la opinión pública un criterio de valoración para medir sus méritos
políticos. Ya se lo diga el tertuliano de turno –“es físicamente
atractiva como hembra joven pero políticamente inconsistente”– o un
periodista estrella de El País de referencias cultas –ella es la
“cariátide”, la columna esculpida con forma de mujer que sostiene el
templo, “contrafigura de porcelana”, descendiente del linaje de Audrey
Hepburn”, “la delfín de Albert Rivera”. Y, aunque parezca increíble,
esos epítetos, después del 155 y el anuncio de elecciones, fueron su
manera de celebrarla, de tomarla en serio, Oh my god. Decide entre la
piojosa y la musa griega.
¿Qué pasaría si Anna Gabriel
apareciera todos los días con un vestido de Zara y Arrimadas con una
camiseta con el lema “Yo estoy a favor de la maternidad subrogada”?
Nada. O exactamente lo mismo. Los chiclés que sirven para hundir a una
elevan a la otra y viceversa. Cuando no eres la fea, eres la tonta,
cuando no eres la tonta eres la roja y así. La política institucional es
patriarcal y desprecia por igual a la líder sexualizada como a la que
pasa de la performatividad femenina objetualizada.
Pero mejor volvamos al acertijo del meme. Aunque la propuesta es
solucionarlo cual chascarrillo de instituto eligiendo entre la presunta
guapa y la presunta fea, si rompemos con el filtro patriarcal lo que
queda son las imágenes de dos mujeres líderes de bandos opuestos y con
miradas muy distintas del conflicto, que representan muchas más cosas.
Es más, podríamos proponer un meme alternativo, el de otras dos
perfectas antagonistas, Ada Colau y a Soraya Saez de Santa María, ambas
presidenciables y bajo el mismo rótulo de la pregunta por el país que
deseamos. Ambas participan de las reglas del sistema macropolítico y
masculinizante, ninguna es antisistema y son impelidas a parecerse cada
vez más a la señora Merkel y cada vez menos a sí mismas. Proyectar el
estereotipo femenino de mujer respetable, desfeminizarse,
desexualizarse, aseñorarse para ganar autoridad son parte del juego
político cuando eres mujer y cada una resuelve esa tensión como puede.
Solo cuando la número 2 de Rajoy salió hombro y pie desnudos en la
portada de El Mundo llovieron las reacciones misóginas. A Colau ni
siquiera le hace falta desnudarse un poco para sufrir cada tanto ataques
gordofóbicos.
Por eso es
casi irresistible la tentación de imaginar a Colau, Sáenz de Santa
María, Gabriel, Arrimadas, incluso Forcadell y Carmena, encerradas en
una habitación, sin rendir cuentas a ninguno de sus jefazos –las que lo
tengan–, y luego apareciendo con un acuerdo sobre el tema catalán bajo
el brazo basado en el diálogo y en la sororidad, que sus pares
masculinos echaron a perder. Pero lamentablemente la idea de que la
empatía, el sentido común y la capacidad de conciliación son inherentes y
esenciales al ejercicio femenino del poder es paternalista y debe
desterrarse junto a otros tantos prejuicios. Tampoco hace falta ser un
semiótico del meme para identificar a quien trabaja por los más
vulnerables y a quien trabaja por los poderosos en este país.
La política es el reino de la instrumentalización y de eso las mujeres
sabemos un poco. Así que antes de preguntarnos si la “revolución” ha
sido feminista o no ha sido, o de responder al meme con otro chiste
reduccionista (¿Rajoy o Puigdemont? ¿Juncker o Junqueras?) deberíamos
preguntarnos cuántas de estas mujeres en el poder están usándolo con
fines justos, cómo lo están ejerciendo, hacia dónde, al lado de quiénes,
si el poder es real o prestado, si lo hacen desde una perspectiva de
género, y si se han propuesto como objetivo equilibrar la política o más
bien seguir apuntalando prácticas patriarcales.
Ahora que todo es incertidumbre, lo único seguro es que en lo que venga
las mujeres tendrán que seguir combatiendo en un escenario en el que
prima la representación y enarbolar la praxis. La independencia también
es eso.
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